El colegio Primo de Rivera será derrumbado parcialmente por los problemas estructurales que hace 13 años obligaron a cerrar
Pierre Morhange, el protagonista de Los chicos del coro, buscaba su calma en el canto. Cuando él
cantaba todos sus compañeros escuchaban tranquilos. Nadie diría que eran unos
niños conflictivos que vivían en un orfanato. Algo así ocurría con Amalia Villaplana
que formó parte de la primera promoción
de alumnos del colegio Primo de Rivera, cuya construcción impulsó su tío y
alcalde del momento Luís Villaplana. Hoy, 83 años después, al conocer la
noticia del derrumbe del edificio los recuerdos de su infancia vuelven a su
cabeza más vívidos que nunca: las clases de lectura y escritura, costura y
sobre todo canto.
En 1929 la escuela abría las puertas a aquellos niños que
podían permitirse el lujo de no trabajar. El sueño educativo duró hasta 1999
cuando unas grietas en las paredes y los tejados del edificio pusieron en
alerta a alumnos y profesores y los obligaron a abandonar para siempre las
instalaciones. A pesar de ello, Primo de Rivera ha sido testigo de la vida
petrerense durante muchas generaciones.
Primo de Rivera se cerró durante la Guerra Civil, como
cuenta Libertad Brotons, alumna desde 1934 hasta 1936. Y, durante la dictadura
franquista el colegio se abrió de nuevo. La distinción entre chicos y chicas en esta etapa se agudizó. Según
cuenta Pablo Navarro (ex alumno y posteriormente ex profesor del colegio),
cuando él iba al colegio los chicos entraban por la parte izquierda y, lo que
es curioso en la puerta izquierda todavía se puede leer el cartel “chicos” y
las chicas lo hacían por la derecha. Todos daban asignaturas de lectura,
escritura y cuentas pero los chicos aprendían más matemáticas y además
geografía mientras que las chicas, como ya se hacía en la dictadura de Primo de
Rivera, pasaban la mayor parte del tiempo cosiendo. Los chicos eran los
primeros en salir al patio, media hora después lo hacían las chicas.
En los años 70 la escolarización ya era obligatoria y Paqui
Maestre (45), una ex alumna, comenta algunas curiosidades. Su primer año de
colegio, con cuatro años, transcurrió en la planta baja del colegio. Pero ante
la ley de obligatoriedad de escolaridad el colegio empezó a masificarse y
tuvieron que habilitar algunos locales de la población para destinarlos a la
docencia, hasta que se decidió construir otro edificio en la zona de la rambla
(que hoy es el Instituto Para Adultos (EPA)) y allí se enseñaba a los preescolares.
Una de las curiosidades es que este nuevo edificio se construyo en una especie
de foso por lo que todos los días los más pequeños del pueblo tenían que bajar
casi un centenar de escalones, lo cual es peligroso. Otra curiosidad que muchos
maestros y maestras aplicaban en sus aulas en Primo de Rivera era el
separatismo: “las clases estaban divididas por grupos. Las chicas que
pertenecían al grupo azul se sentaban delante y eso significa que eran las más
listas, después estaban las chicas naranja que tenían una inteligencia normal y
por último estaban las chicas rosa que eran las más tontas”, afirmaba Maestre.
Hoy esto sorprende enormemente ya que en los colegios lo que se fomenta es la
integración, la aceptación de niños que provienen de familias desestructuradas
y también el compañerismo a la hora de realizar los deberes. Otro dato curioso
es que se le daba más importancia a las
artes escénicas que a las matemáticas. Y lo que más puede impactar a muchos
docentes y sanitarios es que el patio estaba plagado de pinos, fango y gusanos
y los niños pasaban sus horas de patio jugando con ellos.
Empiezan los
problemas
En 1983 el colegio se vio obligado a cerrar de nuevo temporalmente
debido a una fuerte pedregada que hubo en Petrer mientras se reconstruía el
tejado. Aunque este parece un hecho aislado fue el detonante para que el
Instituto Valenciano de Seguridad y Salud en el trabajo (INVASSAT) empezara a
hacer un seguimiento de las condiciones técnicas del edificio en que se hallaba
ubicado el colegio. 16 años más tarde el colegio que había sido un vínculo muy
especial para muchos petrerenses cerraba sus puertas definitivamente. Los
informes periciales afirmaban que la estructura del edificio sufría aluminosis
y, como comentaba Irene Martínez (21), una ex alumna, las evidencias del
deterioro del edificio en los noventa eran claras. “Las aulas tenían grietas y
las paredes habían empezado a desprenderse” afirma la joven.
La generación de los 90 fue la peor parada, jóvenes como
Irene Martínez se educaron en aulas prefabricadas durante cinco años hasta que
concluyó la construcción de un nuevo edificio ubicado en la zona del Parque 9
D’ Octubre.
El INVASSAT aconsejó demoler el edificio y el año pasado se
empezó con el trabajo pero han surgido ciertos problemas. El concejal de
Urbanismo, Fermín García ha indicado que “se aprobó un proyecto de derribo
parcial. El edificio se divide en tres cuerpos: el delantero sin problemas
estructurales, que es el que se pretende rehabilitar para instalar talleres de
la EPA; el cuerpo central que tiene una cubierta de fibrocemento (el
fibrocemento contiene amianto que es un material muy tóxico) y el cuerpo
trasero que no tiene esta cubierta pero ambos presentan problemas estructurales
y eran los que se debían demoler según el proyecto inicial”. Como es muy caro
demoler el módulo central por la seguridad que hay que instalar, se decide
sellarlo y demoler el trasero.
El colegio será demolido pero mientras su parte delantera,
la que le pone cara permanezca, sus labios estarán sellados y sus ojos seguirán
abiertos para seguir narrando la historia de Petrer.